Resumen:
El uso cotidiano sumado con el consumismo y la cultura de uso y desecho hace que la generación de residuos ocurra de manera masiva y continua, logrando así un aumento en la acumulación de desechos plásticos debido a su baja o nula degradación lo que evita que se reincorporen fácilmente a los ciclos naturales, ya su durabilidad significa que persisten en el medio ambiente durante muchos años, y su baja densidad hace que se dispersan fácilmente. Obteniendo como resultado, que los desechos plásticos ahora son contaminantes ubicuos incluso en las áreas más remotas del mundo (Ryan, 2015). Frente a esto existen algunas alternativas para la posible eliminación, como la incineración, pero esta técnica genera problemas ambientales por la producción de gases tóxicos. Por otro lado, encontramos el reciclaje que conlleva costos de separación y procesamiento, además de el alto volumen necesario para obtener un peso satisfactorio para su venta, estos aspectos generan cierta discusión sobre si es una solución viable y real al problema de los residuos plásticos. (Navia, y Bejerano, 2014). En Colombia de las 859.000 toneladas de plástico desechado en el año, solo fue reciclado el 28%, equivalente a 240.520 toneladas y dentro de las cuales solo 500 toneladas son de EPS (EPS), participando activamente con el 0,2% del total de reciclaje de plásticos en el país (Betancourt, y Solano, 2016).
Esto ha llevado a estimular el desarrollo de nuevos empaques biodegradables a partir de recursos renovables, buscando así presentar alternativas que cumplan con características mejores o similares a las que ofrecen los materiales plásticos. Pero, sobre todo, se busca que esta nueva tecnología reduzca los impactos ambientales negativos que se presentan en su disposición final, mediante una degradación más rápida, lo que permite una reincorporación a la naturaleza en un menor tiempo (Ruiz, Pastor, y Acevedo, 2013).