La pintura como territorio de re-existencia

Abstract

Cuando una vida se acaba, cuando alguien exhala su último suspiro se convierte en una eternidad misma. Los hilos de la vida siempre conectados, no hay un principio sin un fin. Yo era el puente para ese cambio en mi universo, estaba justo presenciando una muerte y un nacimiento. Llegó el momento en que urgía por mirarme en un espejo y comprobar que al que llevaba a mi espalda era a mi hijo que, justo llegó cuando su bisabuela se fue. Vi al futuro que llevaba cargado con un chumbe nasa lleno de códigos sobre mi pasado, que no me enseñaron a leer. Quería tratar de entender por qué me sentía parte de nada y habitaba todos lados sin un lugar concreto, necesitaba poner los pies en la tierra para ver germinar y cuidar a mi semilla. Con mi futuro en mi vientre empecé el recorrido por aquel territorio que sentía mío, de mi abuela y de mis antepasados; iba recordando cada montaña, cada piedra en el camino, cada aroma, cada seña; entonces aquellos lugares, por los que mi alma había vagado en mis sueños y en mis recuerdos lejanos, empezaban a revelarse. Estaba recorriendo mi territorio por medio de la pintura, traduciendo la memoria a símbolos y figuras que siempre me habían fascinado. Levanté la cabeza para mirar hacia el horizonte y sentí el tirón del peso que llevaba en mi espalda, recordé que llevaba un pasado paradójicamente incierto. Comencé a pensar en mi abuela que acababa de irse a brillar en el cielo y en los demás abuelos que se pasearon como el viento. Las ramas que movieron con su paso, aquello que no reconocí de ellos y lo que me negaron, ahora tomaban valor. Se convirtieron en lo que podría dar respuesta a mis indagaciones. Investigar es auto-reconocerse.